La violencia en la
familia, un duro aspecto de la opresión.
Por Josefina Rincón
Este
artículo se escribió sobre la base de muchas conversaciones, discusiones,
preguntas, respuestas, críticas y autocríticas, entre muchas camaradas,
compañeras, amigas, que en los barrios, desde la Escuela de Psicología
Social, Enrique Pichón Riviere de Buenos Aires o de su simple llegada
militante, aportaron a este trabajo. No están reflejados aquí todos los grupos
que están trabajando, por distintos motivos no pudimos llegar o no alcanzamos a
recibir sus aportes.
La gran
participación de las mujeres en la vida social y política de los últimos años
ha puesto en evidencia las heridas más profundas que sufrimos en la sociedad.
Heridas y dolores ocultos tras una fachada de “familia refugio”. Los maridos se
quedaron sin trabajo, algunos se fueron de las casas, muchas mujeres se
quedaron a cargo. Tuvieron que salir a trabajar cuando les habían dicho que su
lugar era el hogar y su deber exclusivo el cuidado de la familia, y no estaban
preparadas para eso. Las que no consiguieron trabajo, salieron a luchar para
solucionar el hambre de la familia. Las que tienen trabajo, una profesión, un
oficio y no quieren perderlo, viven a diario los bajos salarios y condiciones
precarias de trabajo, y además la discriminación, el abuso, el acoso, las
diferencias salariales.
Este fue
un momento en el que empezó a cambiar, para muchas, la mirada sobre la vida.
Salir a trabajar, a luchar, a la vida social, les permitió pensar y entender lo
que les pasaba en la vida diaria. Por un lado fue el primer paso para avanzar,
para ser protagonistas de los grandes cambios que protagonizaron las mujeres
estos años, pero esto trajo aparejado una agudización de las contradicciones en
el seno de muchas familias.
La
crisis social, política y económica que vivimos desde hace ya varios años ha
hecho estragos en un tipo de familia que, también en crisis, pone al
descubierto su estructura de opresión y desigualdad. Cayó la responsabilidad de
la crisis sobre las espaldas de las mujeres con un doble mensaje que enloquece.
Por un lado se nos responsabiliza de la crianza, de todas las tareas
domésticas, y cuando no podemos acceder a los medios para hacerlo y salimos a
conseguirlos, con el trabajo, con la lucha, se nos responsabiliza también por
restarle tiempo a la familia.
DOBLE
OPRESIÓN
Abordamos
nuestro trabajo entre las mujeres teniendo en cuenta la doble opresión que
sufrimos en esta sociedad dividida en clases. Explotación de clase y opresión
de género. Ambas están estrechamente ligadas, y se manifiestan en cada una de
nosotras.
Las
mujeres compartimos con nuestros compañeros de vida y de trabajo, con nuestros
compañeros de clase, los sufrimientos que la feroz explotación capitalista
impone a los pueblos, el hambre, la desocupación, la falta de salud y
educación. Y luchamos juntos para terminar con esa opresión.
Las
mujeres vivimos además una opresión específica, opresión de género, por ser
mujeres en esta sociedad. Tenemos doble jornada, porque cuando trabajamos
afuera, estamos encargadas además de las tareas de la casa. Por el mismo
trabajo cobramos menos; tenemos que ocultar los hijos para poder conseguir
trabajo; si quedamos embarazadas, flexibilización laboral mediante, somos
despedidas. Si los hijos se enferman, somos las responsables, y para eso no hay
licencia. Sufrimos el acoso de los patrones en la fábrica y de los señores en
el campo.
Esta
opresión de género, específica, que sufrimos las mujeres, tiene además un lado
más oscuro y muchísimo más doloroso, que hasta a veces resulta incomprensible.
Proviene de nuestros compañeros de vida, de trabajo, de clase. Está en el
hogar, en la fábrica, en la escuela, en el taller, en el barrio, a la vuelta de
la esquina, a la salida del baile, en una relación de pareja.
Se
expresa como violencia física, psicológica, descalificación, humillación. Y aún
más gravemente como abuso sobre el cuerpo de la mujer, sobre su sexualidad. Se
establece una relación dominador-dominada, opresor-oprimida. Esta violencia que
se da en un gran porcentaje de familias no es natural, sino que se instala
desde el orden social, en una familia que, a su vez, sostiene ese orden y
del cual es parte. Esta familia es la encargada de reproducir ese orden social,
como así también la especie humana. Las clases dominantes necesitan una familia
capaz de educar trabajadores dóciles y esposas obedientes para que las cosas
sigan como están. Se establecen así relaciones de propiedad, de poder, entre
sus miembros.
LAS CONTRADICCIONES
Las
contradicciones de clase y de género, expresadas en la doble opresión de la que
hablamos, son de distinto carácter. La contradicción de clase es la principal,
entendiendo como tal a la que enfrenta a las clases y sectores dominantes en la
sociedad, con el pueblo en su conjunto. La de género es secundaria, pero se
establece entre ellas una relación dialéctica y requiere esta última de un
abordaje específico. Cuando una mujer es golpeada o abusada sexualmente,
requiere de una contención que no resuelve la política general solamente. Hace
falta una política destinada a abordar ese tema en particular, una
contención y un tratamiento específicos. Entendemos que en el momento en el que
una mujer está siendo golpeada o abusada sexualmente, esto pasa a ser la
contradicción principal a resolver en ese momento concreto.
Hemos
tenido muchos debates sobre si esto nos divide en los movimientos, en los
barrios, teniendo en cuenta que todos, hombres y mujeres, estamos involucrados
en la lucha política contra nuestros enemigos de clase, por pan, trabajo, salud
y educación, por un mundo mejor para todos. Entendemos, a partir de nuestra
práctica, que esta cuestión no divide, por el contrario fortalece nuestra
lucha, nos crea mejores condiciones para participar. Una mujer golpeada,
descalificada, subestimada por su compañero, por su familia, no tiene buenas
condiciones para avanzar en la lucha y participar decidida en la actividad
política. Un hombre golpeador, que denigra y humilla a su mujer, su novia, su
compañera, que la considera un mueble más de la casa, un objeto de su
propiedad, no será un buen dirigente de un proceso revolucionario.
¿QUÉ
HACER?
Empezamos
trabajando con compañeras de Amas de Casa del País en grupos que se
reunían una vez por semana, con la coordinación de una psicóloga social, y el
aporte de abogadas amigas. Costó mucho en los inicios que se acercaran mujeres
a traer su problema, pero lo hicieron. Al principio sólo se colgó un cartel en
la cabecera de la asamblea del movimiento de desocupados de la CCC de La
Matanza que decía “Ninguna mujer debe ser golpeada”. Con las primeras
iniciativas que empezamos en este sentido, se resolvieron, en parte, algunos
casos. A medida que las mujeres participaban más en estas actividades y en la lucha
por pan y trabajo, vimos la necesidad de formarnos para poder ayudar a las
demás para aprender a entender las razones por las cuales las mujeres que nos
pedían ayuda reaccionaban como lo hacían, incluso para entender y pensar cómo
llegar a las que aún no se habían acercado y sabíamos que sufrían violencia en
sus hogares.
Comenzamos
con cursos de “Formación de agentes de prevención de violencia en la familia”.
Porque lo principal tiene que ser la prevención. Esta capacitación permite
desocultar lo que está oculto, entender las causas, los orígenes, las razones
de la opresión. Contamos con la colaboración de egresadas de la Escuela de
Psicología Social, que coordinan los grupos de formación.
Empezamos
con un grupo que funcionaba en la Escuela Amarilla en La Matanza. Hoy están
trabajando 14 en Gran Buenos Aires y Capital, también en Tucumán y Rosario, con
distintas características. Conseguimos para algunos de estos grupos un pequeño
aporte económico del Consejo Nacional de la Mujer.
Nos
preparamos para acompañar, escuchar, no juzgar, entender que el monto de
sufrimiento acumulado por una mujer sometida a violencia es muy alto. Tratamos
de acompañarla, que participe del grupo, que no esté sola, que el golpeador
sepa que tiene amigas, que hay abogadas. Con la aprobación de la mujer vamos a
hablar con el golpeador para que pare la mano, o se vaya. Trabajamos para que
lo que se resuelva sea controlado por los vecinos, el movimiento. Ante
una situación de emergencia, lo principal es sacar a la mujer del lugar, que
avise a sus vecinas, a las compañeras del grupo de violencia del barrio, tener
un lugar donde refugiarla. Al “¡andá para adentro!”, le oponemos “salí para
afuera”. Si ella quiere que su pareja se vaya, separarse, tiene que irse él,
porque lo que normalmente sucede es que ella, cansada de los golpes y
humillaciones y ante la negativa de él a retirarse, escapa con los hijos, sin
nada de sus pertenencias y empieza a ir de un lado para el otro, perdiendo
todo.
PUNTOS
DE VISTA DE CLASE
Cada
clase mira el problema de la violencia en la familia desde su punto de vista.
Las clases dominantes, los gobiernos, tienen una política hacia este flagelo
porque erosiona gravemente las bases de su estructura social de dominación. “Se
pierden horas de trabajo”, “se invierte en gastos médicos”. Se desestructura
esta familia que le es útil. Naturalizan la violencia y la opresión, convierten
a la víctima en culpable, recomiendan resignación. Dicen: “…cada familia
es un mundo”, “… es un asunto privado”, “…no hay que meterse”, “…. vos lo
elegiste”. Producto de la lucha, promulgan leyes, que son un avance, pero
para su aplicación nunca hay presupuesto, y si la mujer no va sangrando
destruída, no le aceptan la denuncia.
Muchas
de estas ideas, propias de la ideología dominante, operan sobre las mujeres y
muchas de ellas las asumen como propias aunque vayan en su contra.
“Le gusta que la golpeen”. “¿Por qué no se va de la casa, cómo prefiere
vivir así?”. “Yo pude dejar a mi marido golpeador y me las arreglé sola, por qué
ella no puede?”, “La ayudamos, la albergamos, todas nos sacrificamos por ella,
y ahora volvió con él, no la ayudamos más!”. “Ella se la buscó, no cuida a los
hijos, anda conversando con ese vecino”. Incluso hay quienes justifican a un
golpeador “porque ella algo habrá hecho…”, o dudan de la existencia de una
violación “porque ella lo provocó, con la ropa que tenía puesta…”.
Fuimos
elaborando, a partir de la práctica de muchas compañeras/os, una línea
específica de trabajo en el abordaje de la violencia en la familia. Esto se
extiende también, con las características de cada situación, a las relaciones
de noviazgo, pareja u ocasionales.
Al
abordar este problema fuimos descubriendo algunas leyes, formas, caminos, desde
el punto de vista de clase del proletariado, de los oprimidos, del pueblo. No
es un problema individual, propio de cada familia, es un grave problema social.
No es un asunto privado por lo que no habría que meterse, como nos dicen.
Entonces vamos encontrando los mejores caminos para “meternos”. Esto ha sido en
un proceso con muchas idas y vueltas, aciertos y errores, muchos debates,
muchos cambios. Las siguientes son algunas conclusiones, y están todavía
abiertas:
>
Tomar el problema en nuestras manos. La violencia en la
familia, en el noviazgo, en la pareja, es un problema para ser encarado
colectivamente, entre nosotros. Buscamos la forma de resolverlo con esos
métodos. En primer lugar, tratamos de fortalecerla a ella, que cuando decide
pedir ayuda ya dio el primer paso para salir. Una mujer golpeada se encuentra
aislada, ha perdido la posibilidad de reacción, no tiene amigas ni tampoco
relación estrecha con los parientes. La invitamos a participar de los grupos
que tenemos en marcha en cada lugar, y en el movimiento. Lo principal es el sostén,
el acompañamiento.
> No
ir a la comisaría. La experiencia indica que en la
comisaría “no se resuelve nada”, “te ridiculizan”, “tenés que ir chorreando
sangre para que te tomen la denuncia”, “no te creen”, “te preguntan qué hiciste
vos”. La policía es una estructura represiva que tiene el Estado para mantener
el orden establecido. ¿Podemos confiar en que esa estructura, corrupta, que
está en la mayoría de los casos involucrada en todos los delitos que dice
reprimir, resuelva nuestros conflictos familiares? Este debate está en curso y
no es de fácil resolución.
>
Recurrir al juzgado para hacer la denuncia y poder establecer la exclusión del
hogar del golpeador. El movimiento de mujeres y popular,
el feminismo, han luchado durante años para lograr leyes que resuelvan esta
problemática. Se han dado pasos, pero no se instrumentan, quedan en el papel,
no se les destina presupuesto. En la provincia de Buenos Aires fueron vetados
los artículos de la ley que establecían el presupuesto para su aplicación. En la
provincia de Jujuy, donde la ley tiene aprobado el presupuesto respectivo, no
se lleva a la práctica. Conocemos las consecuencias en el cuerpo de Romina
Tejerina. Confiando sólo en las leyes no vamos a resolver este problema. Pero
hemos visto que es muy útil que las compañeras conozcan las leyes, eso les da
más seguridad para la pelea. Desde ya que si la compañera quiere tener la
exclusión del hogar del marido y eso la hace sentirse más segura y respaldada,
la acompañamos a pedirla. Pero confiamos principalmente en nuestra propia
fuerza y organización.
>
Sanción social para el golpeador. Trabajamos para que el golpeador tenga una
sanción social, ya sea en el movimiento en el que participa, en el barrio donde
vive, en el trabajo. Trabajamos para que se discuta en los lugares donde él se
desempeña, que se involucren las mujeres, pero también los varones.
>
Para los violadores, sin duda, la cárcel.
>
Capacitar grupos de mujeres en los barrios que trabajen para prevenir esta
tragedia que sufren muchas, y se preparen también para resolver la emergencia
cuando una mujer está siendo maltratada.
>
Disponer de refugios para que pueda alojarse la mujer que está sufriendo
episodios graves de violencia.
¿LA
VIOLENCIA EN LA FAMILIA EXISTIÓ DESDE SIEMPRE?
Hay quienes
piensan que la violencia contra la mujer en la familia existió “desde siempre”.
Hubo una
época en que la mujer tuvo un papel preponderante y considerado en la sociedad
por el lugar que ocupaba en la producción en los pueblos agricultores. Los
matrimonios eran por grupos, los hijos pertenecían al clan de la madre porque
se sabía quién era la madre, pero no quién era el padre. Esta tarea de las
mujeres pasó a tener menor importancia ante la riqueza acumulada por los
rebaños, el comercio y la guerra, que era tarea de los hombres. Esto generó
excedentes en la producción, acumulaban riqueza, pero quedaban en el clan
materno. Así fue necesario sacar a la mujer de la producción social y se la
encerró en las cuatro paredes de la casa, para garantizar que los hijos fueran
solo del propietario de ese excedente y pudieran heredarle. Esa fue la gran
derrota del sexo femenino en la historia que, por lo que también sabemos, no
fue sin lucha. La familia patriarcal, que se instauró desde entonces, subordinó
a la mujer y la destinó a servir a los demás miembros de la familia. “Familia”
viene de “famulus” (esclavo doméstico), y designaba al conjunto de esclavos
pertenecientes a un hombre. Ella pasó a ser “propiedad” del hombre, del padre
primero, del marido después, y más grande, de los hijos.
Aprendimos
también que si las relaciones de opresión tienen causas sociales e históricas,
no fueron siempre así. Tienen sus raíces en los inicios de la sociedad de
clases y sólo se resolverán definitivamente a partir de que desaparezcan
por medio de la revolución social, las relaciones económicas de propiedad que
le dieron origen. El cambio en las relaciones de producción creará las
condiciones necesarias para profundizar la lucha por una familia basada en
relaciones democráticas, igualitarias y de respeto.
Publicado el: 01/06/2005
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